sábado, 27 de septiembre de 2008

Shhhhh!

Paranoia

Citlally Vergara Olguín

Mis uñas rojas reflejan los rayos de la tormenta que se acerca mientras escribo estas melancólicas líneas.

Cómo reclamarte, reprocharte si eres lo que soy. Pienso en tu cabeza y te digo, me digo, que hagas lo correcto, que tomes la decisión y no dejes ir esta oportunidad.

Las gotas comienzan a caer lentas, la tormenta se acerca y sigo, sigues pensando, pensamos.

Está bien salir con ella, no lo notaré, “o tal vez si lo haga” te dices, me dices en realidad. “De cualquier manera me hizo lo mismo”, te repites. Me reclamas, te reclamo que la vez que ocurrió te lo anuncié, no como tú esta vez. ¿No merecemos acaso el mismo trato? ¿No éramos confidentes?

La tormenta arrecia y las gotas que caen descansan curiosas en mis uñas y en las palabras que se van mojando en el papel.

Decirlo o no da lo mismo, al final lo notaré, y lo sabes, lo sabemos. Nuestras extensas charlas me permitieron conocer hasta tu forma de escribir cuando mientes, tu manera de reaccionar cuando algo más acapara tu atención, y tu cama.

La lluvia se hizo todavía más fuerte y tuvimos, tuviste que ponerte de pie y cerrar la ventana para evitar mojarnos más de lo que ya estábamos.

Dándole vueltas no resolverás, resolveremos nada. Sabes lo que provocarían tus palabras si las dejaras llegar a mis ojos. Recuerda que también estoy del otro lado de la pantalla en la que plasmas palabras que se codifican en ceros y unos con los que nos escribimos, que es sólo así que sabemos del físico, uno de otro.

Una de tantas noches de palabras y desvelo hicimos un trato en el que prometimos mantener entre nosotros sinceridad y cordura, podríamos decirnos cualquier cosa, desde un “hoy te me antojas”, hasta “tengo pareja y es maravillosa”. Tal vez si te justificaras con eso, te digo, no habría problemas, esto sería menos caótico.

De cualquier forma mi argumento no te convence y optas por no decir nada y darme al menos el crédito y la satisfacción de descubrir la razón de tus distantes conversaciones, de tu obvio desinterés. Si te atreverás a hacer esto así, algo como lo que yo alguna vez te hice, procurarás no ser tan crudo como lo fui y me darás el gozo de sentirme perspicaz dejándote al descubierto.

Dentro de ti insisto que no dejes pasar la oportunidad, ella se va mañana, tiene que saber que le eres trascendente, debe conocer la importancia de sus días en tus días; de una u otra manera yo lo entenderé.

Te intento convencer, me convenzo de que decirme es lo mejor para ambos, al fin y al cabo Alicia es una buena chica, merece tu atención.

Yo estaré pendiente tras el ordenador esperando a que hagas válido el trato aquel de medianoche y tomes el valor necesario para decirme lo que sucede. Estaré esperando esa atención que por importancia merezco, ese mensaje que necesito escuchar, la figura de la chica que pretende desbancarme en tu cabeza, la última línea de interés, el suspenso de nuestra cachondería, la palabra que dará principio a nuestra insospechada cordialidad, un último susurro evocador en la oreja.

Ya es tarde y la decisión está tomada, mañana que se calme la lluvia definirás lo que tienes con ella y yo habré dejado tu mente para regresar tras el teclado que nos comunica y desglosarte mis sospechas de tu nueva conquista, tú te harás el sorprendido para evitar mi malestar.

Entonces, habiendo desenmascarado todo, dejaré también tu subconsciente para que puedas ser, estar con ella sin mí ahí, en ti, y logres, por fin, definir qué es lo que tienes con ella antes de que sea tarde y desaparezca como lo haré yo mañana por la mañana.

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